domingo, 10 de julio de 2011

Happy 4th of July (I)

El pasado lunes fue el 4 de Julio. Y, ¿sabéis dónde pasé yo tan emblemático fin de semana? Espera, que oigo las hordas de vuestras voces contestando en masa (sí, qué pasa, para mi sois hordas de lectores los que seguís este blog). Lo habéis adivinado: en un Parking Lot. No podía ser de otra manera.

Lo malo de rodar en la fiesta nacional americana es uno, el calor y dos, los atascos. El calor, porque pasamos el sábado en una explanada de cemento sin una triste sombra bajo la que cobijarse. Resultado, el director, David, The Venezuelan Guy, y la cinematographer, la que suscribe, acabaron quemados y con principio de insolación. Sí, se nos olvidó el tema protector solar y beber agüita. Siguiente consecuencia, a las cuatro de la tarde Greta tenía alucinaciones en el coche que la llevaba a la siguiente localización, la playa.

Como el equipo de rodaje era una fascinante mezcolanza de internacionales nadie cayó en la cuenta de que las playas iban a estar hasta la bandera debido al día patrio. Eso y que nuestro GPS (ese gran invento para sobrevivir en tierras angelinas, gracias Dios) decidió que teníamos que coger un ferry para llegar hasta la playa. Tardamos hora y media en llegar en un trayecto que no suele llevar más de veinte minutos.

Pero en esa hora y media a mi y a mis alucinaciones nos dio tiempo a reflexionar sobre lo curiosos que son los americanos alrededor del 4 de Julio. Una nación con tal amor hacia su bandera no pierde la oportunidad de revestir con ella calles, bicicletas, sombreros, neveritas de playa y rubias, que cambian estas fechas el uniforme de minishorts y camiseta por minishorts y camisetas, eso sí, estampadas con las barras y estrellas. El ferry era una fiesta. Y qué pasa en las fiestas populares, pues que a veces, ves peligrar tu integridad.

En el minicanal que teníamos que atravesar había por lo menos otros diez ferrys maniobrando para no chocar entre ellos y no llevarse por delante a los colgados que hacían paddle surfing entre los barcos. Que yo me pregunto, si tienes a tu disposición la inmensidad no de un mar pequeñito y cualquiera, no, sino la inmensidad de todo un océano, el Pacífico para más señas, a santo de qué te pones a remar en un canal de mierda, aceitoso y lleno de barcos. Pues así es alguna gente, que prefiere los canales de mierda. Será por las vistas o porque disfrutan viendo la cara de pánico de seres como yo, que me imaginaba que nos llevábamos por delante a uno o varios de estos paddle surfistas mientras en la maniobra para evitar su muerte segura chocábamos con otro barco y nos hundíamos. El agua se teñía de rojo y al olor de la sangre acudía otro de los protagonistas clásicos de todo 4 de Julio que se precie: el tiburón. Así que mientras el amigo de Steven (Spielberg) destripaba feliz a los surfistas yo me hundía lentamente dentro del coche. Y me preguntaba, y ahora, ¿cómo coño salgo de aquí si tengo que esperar a que el coche se llene de agua para poder romper las ventanillas?¿Y qué hago con la cámara que encima no es mía, que me la he dejado El Indio que Odia (Freddy, The Annoying para sus acólitos)? ¿Cómo se seca una cámara? ¿Seguirá el tiburón por aquí dando vueltas o ya estará saciado de suculentos americanitos y para cuando logré yo llegar a la superficie (con la cámara mojada) se habrá vuelto a la inmensidad de su océano?

Todavía seguía aferrada a la cámara cuando cruzamos el dichoso minicanal. The Venezuelan Guy se giró en el coche y me preguntó si me encontraba bien. Creo que mi cara había perdido el atractivo color gamba a la plancha adquirido un par de hora antes.

Por cierto, el rodaje bien. Como llegamos tan tarde a la playa, rodamos en ese fantástico tramo del día conocido como hora mágica (justo antes y después de la puesta de sol, que hace que la luz sea increíblemente hermosa). Eso y que el protagonista era un chulazo de nívea cabellera ayudaron a que consiguiéramos algunos planos bastante bonitos (os lo tengo dicho, no hay nada como los rubios para iluminarlos).

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