jueves, 25 de agosto de 2011

Felicidad sobre ruedas

La felicidad es conducir en California con una buena emisora sintonizada en la radio. La mía es la 98.7



Ventanillas bajadas y el sabor del océano entrando en tu coche destartalado.

Creo que de todas las cosas que hago a los años que no me gusta admitir que tengo, conducir es la única que me hace sentir mayor. Pero en plan bien, como si fuera una adulta.

No empecé a conducir hasta que no llegué a California. Así que mi primera vez sola (sin profesor de autoescuela, padre o amigo suicida) fue cuando aterrice en el aeropuerto de Los Angeles y me alquilé un coche.

Tardé cuatro horas en recorrer un camino que se suele hacer en una hora sin tráfico. Me perdí un innombrable número de veces. No sé cuántas veces invadí alguno de los seis carriles de mi alrededor mientras miraba las hojas impresas del Google Maps, que, obviamente, en cuanto salí del aeropuerto y me perdí no servían de nada. No, no tenía ni un miserable mapa, no sé porque, quizás pensé que no lo necesitaba. Tuve que parar en unas cinco gasolineras y preguntar por direcciones. Algunas de las paradas fueron en barrios buenos. Algunas en barrios no tan buenos. Cuando llegué  al motel de mala muerte donde dormía mientras buscaba apartamento me quedé sentada en el coche y me eché a llorar. Creo que estaba sufriendo un ataque de ansiedad.

Necesité un mes para agenciarme un coche que no hubiera sido catalogado de siniestro total. A los quince días de tenerlo me di mi primera hostia en la autopista. Por un momento pensé en darme a la fuga. No lo hice. Great idea. Cuando me quise dar cuenta tenía a la policía de tráfico a mi espalda. El tipo fue tan majo que me dejó ir a pesar de no llevar encima ningún documento que acreditara que ese era mi coche y que además, tenía seguro.

Odiaba conducir. Me aterraban las autopistas de ocho carriles y me agobiaban los atascos.

Un año después conduje sola desde Las Vegas hasta LA. Tardé cinco horas y me sentí mayor. Y feliz.

Atravesar el desierto camino de California mientras escuchas a todo trapo a los Red Hot Chili Peppers quizás sea algo que sólo hacemos los europeos en este país por el topicazo que representa, pero raya lo metafísico, al menos para mi.

Llevo mi coche al desguace la semana que viene. Intento no pensar que es una señal de que yo también me iré dentro de poco. Prefiero verlo como el vaticinio de una nueva vida aquí representada por un coche mejor, un poco más nuevo y que no me deje tirada en carreteras de mala muerte cuando voy a trabajar de noche. Aún así, le debo a mi viejo mazda la gratitud de haberme convertido en una experta en mecánica, conocerme todos los talleres de SoCal y, sobre todo, haberme enseñado a disfrutar conduciendo.

El día que me marche creo que al final lo que más voy a echar de menos va a ser conducir por las monstruosas construcciones rollo escaléxtric de Los Angeles, la 405 y la PCH.

Así que muchas gracias mazda, este post va dedicado a ti.



¿A qué todos estabais pensando en este peliculón mientras leíais el post? Sí, yo a veces me siento como ella. Con los autobuses aún no me atrevo, pero de vez en cuando conduzco camiones. Y a quien no me importaría nada enseñarle mis increíbles dotes en el arte de la conducción sería al agente Jack Traven.
Ya otro día os comentó sobre la peli y lo buena que es, si acaso.